En estos días, una acción de una agrupación de izquierda en denuncia a los crímenes del Estado de Israel fue presentada en los medios como una “agresión antisemita” o “antisionista”, como si ambos términos fueran sinónimos. Fue evidente la intención de los diarios y canales de TV de presentar a la izquierda en general como “antisemita” y violenta, sin la menor preocupación por contrastar la dudosa información que se filtró inicialmente.
No puede aceptarse esta igualación, que muchos defensores de Israel pretenden imponer para silenciar cualquier crítica. La izquierda tiene una larga tradición de rechazo al sionismo y, al mismo tiempo, de defensa de los judíos contra toda discriminación. Nadie como la tradición de izquierda defendió y acogió en su seno a los judíos. La historia aporta muchos ejemplos.
Hacia fines de la década de 1920 el Partido Comunista en Argentina tenía una importante proporción de afiliados judíos, que en Capital superaban el 14_ (ninguna otra fuerza política podía mostrar en esa época un porcentaje similar). Los comunistas controlaban por entonces varios sindicatos de gremios en los que la mayoría de trabajadores eran judíos, como los de sastres, parquetistas, gorreros y panaderos israelitas.
Obreros judíos animaban una Sección Judía del PC, que editaba periódicos y revistas en idisch de amplia circulación. Crearon además numerosas escuelas de expresión idish y otras entidades de apoyo a los judíos de todo el mundo. En los actos y conferencias partidarias el dirigente Máximo Rosen solía dar sus discursos en esa lengua, un signo de amistad hacia los judíos que ninguna otra fuerza acostumbraba mostrar.
No puede aceptarse esta igualación, que muchos defensores de Israel pretenden imponer para silenciar cualquier crítica. La izquierda tiene una larga tradición de rechazo al sionismo y, al mismo tiempo, de defensa de los judíos contra toda discriminación. Nadie como la tradición de izquierda defendió y acogió en su seno a los judíos. La historia aporta muchos ejemplos.
Hacia fines de la década de 1920 el Partido Comunista en Argentina tenía una importante proporción de afiliados judíos, que en Capital superaban el 14_ (ninguna otra fuerza política podía mostrar en esa época un porcentaje similar). Los comunistas controlaban por entonces varios sindicatos de gremios en los que la mayoría de trabajadores eran judíos, como los de sastres, parquetistas, gorreros y panaderos israelitas.
Obreros judíos animaban una Sección Judía del PC, que editaba periódicos y revistas en idisch de amplia circulación. Crearon además numerosas escuelas de expresión idish y otras entidades de apoyo a los judíos de todo el mundo. En los actos y conferencias partidarias el dirigente Máximo Rosen solía dar sus discursos en esa lengua, un signo de amistad hacia los judíos que ninguna otra fuerza acostumbraba mostrar.
Ellos, sin embargo, estaban convencidos de que el sionismo era una forma de nacionalismo agresivo emparentada con el fascismo y el imperialismo. Por eso, el apoyo a los puntos de vista del PC palestino y la lucha contra el sionismo fueron preocupaciones centrales de las organizaciones de los judíos comunistas argentinos en esos años, que en varias ocasiones se enfrentaron incluso físicamente con los que pertenecían a organizaciones sionistas, a los que veían como enemigos. En una publicación de 1929, por ejemplo, se refirieron a ellos con los términos más duros:
Los ‘fascistas sionistas’ se reagrupan llevando la ofensiva de brutales provocaciones a los camaradas comunistas, y escudados en el sentimiento nacionalista arraigado en la mentalidad de ciertas capas de obreros israelitas, continúan su labor de engaños y sofismas, de colectas por las cuales esquilman desde hace cuarenta años el bolsillo de los crédulos, y llevando a cabo la propaganda castradora y chauvinista al seno de las masas judías. (Véase H. Camarero: A la conquista de la clase obrera: los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina 1920-1935, Bs. As., Siglo veintiuno, 2007, p. 311)
Si los judíos comunistas de entonces hubieran tenido la ocasión de ver la violencia que el Estado de Israel ejercería mucho después contra los palestinos, el racismo abierto que profesan algunos de los líderes israelíes hoy en el gobierno y su íntima alianza con las tropelías del imperialismo norteamericano en Medio Oriente, no caben dudas que habrían visto confirmados sus peores pronósticos.
La reciente difamación de la prensa no es un hecho puntual: forma parte de una verdadera campaña. En los últimos meses en varias ocasiones los representantes de las organizaciones más importantes de la comunidad judía han denunciado supuestos “brotes antisemitas” en Argentina. Que el antisemitismo existe y debe ser combatido, no cabe ninguna duda. Pero no ayuda a ello el uso político que de este tema realizan quienes apoyan las políticas israelíes.
El mote de “antisemita” se viene usando con creciente intensidad con la sola finalidad de silenciar a aquellos que se atreven a criticar las injusticias que el estado de Israel viene cometiendo contra los palestinos. Es vergonzosa en este sentido la actitud del INADI de convalidar ese uso, confirmando la sospecha de “antisemitismo” que las organizaciones por-israelíes pretenden echar sobre todos los que no están de acuerdo con su línea política.
La parcialidad de su titular, María José Lubertino, contrasta con la buena labor que viene realizando en otras áreas, y no es casual. En enero de este año tuvo el atrevimiento de acusar a Israel de “violar el derecho internacional” con su invasión a la Franja de Gaza, una afirmación de sentido común por la que, sin embargo, recibió durísimos ataques de los líderes de las entidades representativas de la colectividad judía y también del Jefe de Gabinete. Tras el incidente, que casi le cuesta su cargo, Lubertino parece haber aprendido la lección: no se puede ir en contra de la política del sionismo sin exponerse a serias consecuencias.
Son sin embargo cada vez más los judíos que comprenden que el legado cultural milenario de un pueblo no puede atarse a los intereses de un estado militarista. Prominentes intelectuales como Naomi Klein vienen denunciando un nuevo “apartheid” contra los palestinos y llamando a un boicot contra Israel. Incluso rabinos y soldados israelíes han hecho pública su oposición. Pero además se han hecho oír voces de hartazgo frente a la manipulación de la denuncia “antisemita” y de la memoria del Holocausto. Sir Gerald Kaufman, miembro del Parlamento británico, se quejó públicamente de que el gobierno israelí “explota cínicamente el sentimiento de culpa que hay entre los cristianos por la masacre de judíos durante el Holocausto”, con el sólo fin de “justificar el asesinato de palestinos”. Su voz se suma a la de otros, como la del filósofo Michael Neumann, que viene protestando por lo mismo desde hace años.
Para Neumann resulta un “escándalo” la atención que recibe el problema del antisemitismo en relación con otras formas de racismo de igual o mayor importancia. Más aún, opina que, teniendo en cuenta que quienes defienden la causa israelí sistemáticamente la relacionan con la identidad judía, no es sino comprensible que haya reacciones antijudías como parte del rechazo de la política del sionismo. Tanto Kaufman como Neumann son descendientes de víctimas del nazismo. En Argentina son varios los que alzaron su voz contra el uso político de la memoria de los sufrimientos del pueblo judío. Entre otros, lo hizo Laura Ginsberg, familiar de una víctima del atentado a la AMIA. Más recientemente lo han hecho Néstor Kohan y el grupo “No en Nuestro Nombre”.
Es preciso reconocer que la forma más preocupante y extendida de discriminación a nivel global no es hoy la que afecta a los judíos. Los árabes y musulmanes vienen siendo objeto de ataques de odio racial en numerosos países. Los prejuicios antimusulmanes son moneda corriente en la cultura de masas (basta ver la cantidad de films en los que se los relaciona con la irracionalidad y el terrorismo).
El racismo antiárabe está arraigado en la propia sociedad israelí. Como informó la BBC en 2007, encuestas llevadas a cabo entre jóvenes de ese país mostraron que un 75_ opinaba que los árabes eran menos inteligentes y más “sucios” que otros pueblos. Indudablemente, la tolerancia que la opinión pública internacional viene mostrando frente a las sistemáticas violaciones de derechos humanos que afectan a musulmanes se explica en buena medida por esos prejuicios.
En el mundo de Guantánamo y Abu Ghraib, de las cárceles clandestinas de la CIA en Europa y del fósforo blanco cayendo sobre niños en Palestina, combatir el racismo antiárabe debería aparecer como la prioridad principal para cualquier persona justa. No debe llamar la atención que la tradición de izquierda denuncie hoy el sionismo, como lo ha hecho siempre. Y tampoco puede nadie asombrarse de que hoy defienda a los árabes y musulmanes de las discriminaciones y agresiones que reciben, tal como lo hizo en el pasado cuando los judíos eran las principales víctimas de ese tipo de ataques. El odio contra árabes y musulmanes es el nuevo antisemitismo.
Los ‘fascistas sionistas’ se reagrupan llevando la ofensiva de brutales provocaciones a los camaradas comunistas, y escudados en el sentimiento nacionalista arraigado en la mentalidad de ciertas capas de obreros israelitas, continúan su labor de engaños y sofismas, de colectas por las cuales esquilman desde hace cuarenta años el bolsillo de los crédulos, y llevando a cabo la propaganda castradora y chauvinista al seno de las masas judías. (Véase H. Camarero: A la conquista de la clase obrera: los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina 1920-1935, Bs. As., Siglo veintiuno, 2007, p. 311)
Si los judíos comunistas de entonces hubieran tenido la ocasión de ver la violencia que el Estado de Israel ejercería mucho después contra los palestinos, el racismo abierto que profesan algunos de los líderes israelíes hoy en el gobierno y su íntima alianza con las tropelías del imperialismo norteamericano en Medio Oriente, no caben dudas que habrían visto confirmados sus peores pronósticos.
La reciente difamación de la prensa no es un hecho puntual: forma parte de una verdadera campaña. En los últimos meses en varias ocasiones los representantes de las organizaciones más importantes de la comunidad judía han denunciado supuestos “brotes antisemitas” en Argentina. Que el antisemitismo existe y debe ser combatido, no cabe ninguna duda. Pero no ayuda a ello el uso político que de este tema realizan quienes apoyan las políticas israelíes.
El mote de “antisemita” se viene usando con creciente intensidad con la sola finalidad de silenciar a aquellos que se atreven a criticar las injusticias que el estado de Israel viene cometiendo contra los palestinos. Es vergonzosa en este sentido la actitud del INADI de convalidar ese uso, confirmando la sospecha de “antisemitismo” que las organizaciones por-israelíes pretenden echar sobre todos los que no están de acuerdo con su línea política.
La parcialidad de su titular, María José Lubertino, contrasta con la buena labor que viene realizando en otras áreas, y no es casual. En enero de este año tuvo el atrevimiento de acusar a Israel de “violar el derecho internacional” con su invasión a la Franja de Gaza, una afirmación de sentido común por la que, sin embargo, recibió durísimos ataques de los líderes de las entidades representativas de la colectividad judía y también del Jefe de Gabinete. Tras el incidente, que casi le cuesta su cargo, Lubertino parece haber aprendido la lección: no se puede ir en contra de la política del sionismo sin exponerse a serias consecuencias.
Son sin embargo cada vez más los judíos que comprenden que el legado cultural milenario de un pueblo no puede atarse a los intereses de un estado militarista. Prominentes intelectuales como Naomi Klein vienen denunciando un nuevo “apartheid” contra los palestinos y llamando a un boicot contra Israel. Incluso rabinos y soldados israelíes han hecho pública su oposición. Pero además se han hecho oír voces de hartazgo frente a la manipulación de la denuncia “antisemita” y de la memoria del Holocausto. Sir Gerald Kaufman, miembro del Parlamento británico, se quejó públicamente de que el gobierno israelí “explota cínicamente el sentimiento de culpa que hay entre los cristianos por la masacre de judíos durante el Holocausto”, con el sólo fin de “justificar el asesinato de palestinos”. Su voz se suma a la de otros, como la del filósofo Michael Neumann, que viene protestando por lo mismo desde hace años.
Para Neumann resulta un “escándalo” la atención que recibe el problema del antisemitismo en relación con otras formas de racismo de igual o mayor importancia. Más aún, opina que, teniendo en cuenta que quienes defienden la causa israelí sistemáticamente la relacionan con la identidad judía, no es sino comprensible que haya reacciones antijudías como parte del rechazo de la política del sionismo. Tanto Kaufman como Neumann son descendientes de víctimas del nazismo. En Argentina son varios los que alzaron su voz contra el uso político de la memoria de los sufrimientos del pueblo judío. Entre otros, lo hizo Laura Ginsberg, familiar de una víctima del atentado a la AMIA. Más recientemente lo han hecho Néstor Kohan y el grupo “No en Nuestro Nombre”.
Es preciso reconocer que la forma más preocupante y extendida de discriminación a nivel global no es hoy la que afecta a los judíos. Los árabes y musulmanes vienen siendo objeto de ataques de odio racial en numerosos países. Los prejuicios antimusulmanes son moneda corriente en la cultura de masas (basta ver la cantidad de films en los que se los relaciona con la irracionalidad y el terrorismo).
El racismo antiárabe está arraigado en la propia sociedad israelí. Como informó la BBC en 2007, encuestas llevadas a cabo entre jóvenes de ese país mostraron que un 75_ opinaba que los árabes eran menos inteligentes y más “sucios” que otros pueblos. Indudablemente, la tolerancia que la opinión pública internacional viene mostrando frente a las sistemáticas violaciones de derechos humanos que afectan a musulmanes se explica en buena medida por esos prejuicios.
En el mundo de Guantánamo y Abu Ghraib, de las cárceles clandestinas de la CIA en Europa y del fósforo blanco cayendo sobre niños en Palestina, combatir el racismo antiárabe debería aparecer como la prioridad principal para cualquier persona justa. No debe llamar la atención que la tradición de izquierda denuncie hoy el sionismo, como lo ha hecho siempre. Y tampoco puede nadie asombrarse de que hoy defienda a los árabes y musulmanes de las discriminaciones y agresiones que reciben, tal como lo hizo en el pasado cuando los judíos eran las principales víctimas de ese tipo de ataques. El odio contra árabes y musulmanes es el nuevo antisemitismo.
Por Ezequiel Adamovsky
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